sábado, 10 de abril de 2010

Cuentos de Humor Negro

Desde hace algunos años tengo una determinada y consciente afición al humor negro (del tipo sarcástico, satírico, irónico). Pero no del humor perverso, sino de aquel que te deja con una sensación de placer por un resultado inesperado, e inteligente. O bien, sólo de aquellos que tienen una carga descomunal de ocurrencia y creatividad.
Hace unos meses encontré por la Web un libro llamado "Cuentos de Humor Negro" (Tales in a Jugular Vein), escrito por Robert Bloch en 1965. Sorprendentemente me he enterado que este escritor es el autor de "Psicosis" (Psycho) (1959), novela en la que se basó el renombrado filme homónimo de 1960, dirigido por Alfred Hitchcock. Poco a poco he ido leyendo el libro, y me ha dejado con buen sabor de boca (metafóricamente hablando... la tinta de los libros me cae mal... además estaba en electrónico... XD)
Para muestra les dejo transcrito el primer cuento del libro, y que se lleven una idea de qué va. Y si quedan con ganas de más, aquí les dejo un enlace para descargar el libro (formato PDF).

Era una noche muy calurosa, incluso en los trópicos. Vickery se estaba preparando un combinado de ginebra cuando oyó el discreto golpe en la puerta de la habitación del hotel.
-¿Eres tú, Sarah? -murmuró.
Entró un hombre, rápida y silenciosamente, corriendo el pestillo de la puerta tras él.
-Soy Fenner -dijo-. El marido de Sarah. -Hizo una mueca a Vickery-. ¿Sorprendido, verdad? Sarah también lo estuvo.
-Realmente, yo...
Vickery trató de levantarse.
-No se moleste -le dijo Fenner-. No se mueva de donde está.
Sin dejar de sonreír, sacó una enorme "Webley" del bolsillo de su chaqueta y apuntó al estómago de Vickery.
-Un blanco inmóvil -observó Vickery-. No resulta muy deportivo, amigo mío.
-Miren quién habla de deportividad, después de lo que ha hecho con mi mujer. ¿El gran cazador blanco, eh? Habitaciones contiguas en el hotel y todo... Habrá sido un interesante safari.
Vickery suspiró.
-Supongo que no servirá de nada que lo niegue. Dispare, pues, y que lo ahorquen después.
-Esto sí que no. No deseo que me ahorquen. Por consiguiente, no dispararé.
Sin dejar de apuntarle con la pistola, Fenner buscó algo en el bolsillo de la chaqueta y extrajo de él una pequeña bolsa de cuero. La abrió con precaución y dejó caer un objeto movedizo y de vivos colores a los pies de Vickery. Parecía un diminuto brazalete de coral, pero estaba vivo.
-Será mejor que no se mueva -murmuró Fenner-. Sí, es una krait. La serpiente más pequeña y mortífera que existe en el mundo, según me han contado.
-¡Espere, Fenner! Escúcheme...
El diminuto brazalete de coral se desenroscó de repente. Antes de que Vickery pudiera apartarse, se lanzó contra él como un relámpago escarlata. Una y otra vez, la krait hundió sus colmillos en la pierna derecha de Vickery, a través de la delgada tela de sus pantalones.
Vickery profirió un gemido y cerró los ojos, sin intentar aplastar a la serpiente. De pronto, ésta cesó en su ataque y volvió a enrollarse en el centro de la alfombra.
Fenner tragó saliva, se enjugó la frente y depositó la pistola sobre la mesa.
-Le dejo esto -dijo-. Tal vez quiera usarla. Me han dicho que en menos de diez minutos...
Vickery se echó a reír.
-Fenner, ¡es usted un crédulo!
-¿Qué quiere decir?
-El nativo de un bazar le vende una inofensiva culebra cristal, y usted acepta su palabra de que se trata de una krait. Como aceptó las explicaciones de una mujer celosa cuando ésta le contó que ella y yo nos entendíamos. En realidad, amigo mío, estaba enojada porque yo no quise saber nada de ella. -Vickery volvió a reírse-. Admito que mis palabras no resultaban muy galantes, pero tiene usted derecho a saber la verdad.
-¿No esperará que me trague esto, verdad?
-Como usted guste. -Vickery agitó una mano-. ¡Oh, no se marche! Siéntese y charle un rato conmigo. No va a ocurrir nada, como usted mismo podrá comprobar.
Y no ocurrió nada, exceptuando que Fenner tomó una copa y una breve charla le convenció de que Vickery era tan inocente e inofensivo como la minúscula serpiente enroscada sobre la alfombra.
Cuando se marchó, presentó rendidas excusas a Vickery por todo lo ocurrido. Enviaría el equipaje de Sarah en el primer avión que saliese para Londres, y él pensaba seguirla allí a la mañana siguiente.
Vickery le deseó un buen viaje.
-Llévese su pistola -dijo-. Y también la serpiente. No se moleste en meterla en la bolsa, póngala en su bolsillo. A las serpientes les gusta el calor y el contacto con el cuerpo humano.
Cuando Fenner salió para dirigirse a la habitación antes ocupada por su esposa, Vickery siguió haciendo sus preparativos para acostarse. Su mente estaba llena de cálculos matemáticos. Por ejemplo, ¿cuánto tiempo se precisaba para que Sarah llegase a Londres y él pudiese llamarla por teléfono? ¿Cuánto dinero había dicho ella que poseía su esposo? Y cuánto tiempo necesitaría la krait para rebullir encolerizada en el bolsillo de Fenner y morder sus carnes grasientas a través de la ropa?
La respuesta a esta última pregunta no tardó en llegar.
Vickery oyó los gritos del hombre a través del delgado tabique de la habitación contigua, en el preciso instante en que él se sentaba en la cama y aflojaba las correas de su pierna artificial.

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