sábado, 10 de abril de 2010

Algunos errores de Traducción

(Tomado del libro "Crónicas de Manantial", de Darío Castellanos Guédez, un eminente profesor de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Carabobo, fallecido ya hace algunos años.)


En otro artículo que escribí, planteé la posibilidad de que exista un error de traducción en el Evangelio según San Mateo en el Nuevo Testamento. Para sustentar la tesis de que los errores de traducción son más comunes de lo que uno podría creer, ofrezco en este artículo otros célebres errores del mismo tipo.

En la época del matemático Claudio Ptolomeo, en el segundo siglo de la era cristiana, se construyeron las primeras tablas trigonométricas. Como medida del ángulo, Ptolomeo utilizó la longitud de la cuerda subtendida por éste en el círculo cuyo radio es la unidad. Esta longitud se llamó, apropiadamente, “cuerda del ángulo.” Cuando la célebre Sintaxis Matemática de Ptolomeo fue llevada a la India, los matemáticos hindúes observaron que era más cómodo trabajar con la semicuerda del círculo que con la cuerda completa. A la nueva medida del ángulo se le llamó entonces “semicuerda del ángulo.” En esta forma pasó la trigonometría al gran imperio árabe, y ésta floreció en Bagdad al crear el califa Al Mamún la Casa de la Sabiduría en el año 807 de la era cristiana.

Al fundarse en el siglo XII la famosa escuela de traductores de Toledo a instancias del arzobispo Don Raimundo, se reúne allí un notable cuerpo de eruditos entre los cuales figuraban Juan de Sevilla, Domingo Gundisalvo, Gerardo de Cremona y Daniel Morlay. Al traducir Abelardo de Bath del árabe al latín la Sintaxis Matemática de Ptolomeo, a quien los árabes habrían llamado “al magest” (la suprema), con el nombre de Almagesto, y cuando Roberto de Chéster traduce el Álgebra de Al Khowarizmi en 1145, los traductores se encuentran en dificultades con el vocablo semicuerda porque para ese entonces la escritura árabe no usaba vocales. Ellos escribían semicuerda con las consonantes jb. Agregando las vocales que él considerara apropiadas, Roberto de Chéster, obtiene la palabra “bahía” que en latín es sinus y desde allí, hasta nuestros días, la semicuerda del ángulo pasó a llamarse “seno del ángulo.” Obsérvese, que la cavidad que la mujer posee entre las dos glándulas mamarias se llama apropiadamente “el seno de la mujer,” porque ella tiene forma de bahía.

Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, el Japón estaba buscando una salida honrosa al conflicto que ellos mismos habían provocado. Las potencias aliadas reunidas en la Conferencia de Postdam emitieron un ultimátum firmado por Estados Unidos, Gran Bretaña y China solicitando la rendición incondicional del Japón. Las condiciones del ultimátum eran mucho mejores de lo que el Japón esperaba, y el emperador ordenó al gabinete reunirse en pleno para aceptar la propuesta aliada. El 28 de julio de 1945 las agencias de prensa acosaron al ministro Suzuki con preguntas sobre qué curso tomaría en Japón ante el ultimátum de Postdam. Aquí, trágicamente, el ministro usó la palabra “mokusatsu,” que no sólo no tiene equivalente en los idiomas europeos sino que inclusive en japonés tiene dos acepciones, pudiendo significar “desconocer” o “abstenerse de todo comentario.” Lo que el ministro Suzuki quería decir era que el Japón no emitía pronunciamiento alguno sobre e ultimátum. Y tenía que ser así puesto que éste estaba en discusión en las más altas esferas del país. Lamentablemente, los propios traductores japoneses vertieron la declaración al inglés diciendo que el Japón “desconocía el ultimátum.” Doce días después, el 6 de agosto de 1945, los norteamericanos lanzaron armas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, y los rusos se precipitaron sobre Manchuria. El curso de la historia había cambiado por un error de traducción.

En el Pentateuco, en el libro Éxodo 34, 29 aparece el versículo: “Y al descender Moisés… no advirtió que la piel de su rostro brillaba…” En La Vulgata, la traducción de la Biblia al latín que data de finales de la cuarta centuria, el versículo en cuestión aparece como: “quod cornuta esset facies sua…”, y hace alusión a la presencia de cuernos. El problema deriva de la traducción de la palabra hebrea “karan”, que también puede significar cuerno. La palabra genérica hebrea “karen” puede significar rayo de luz o cuerno. No obstante, en el contexto está claro que el rostro de Moisés adquirió brillo por su encuentro con el Señor. Pero los cuernos no quedaron exclusivamente con Moisés, porque la leyenda de los cuernos judíos se propagó durante siglos y se pensaba que los integrantes de esta raza lo poseían.

Cuando Miguel Ángel hizo su célebre escultura de Moisés como figura central de la tumba del Papa Julio II en 1513 – 1516, esculpió al gran líder del pueblo hebreo con cuernos en la frente.

Se dice que Miguel Ángel al concluir su obra, quedó profundamente impresionado por la fuerza y energía que provenían de la escultura y agarrando uno de sus martillos golpeó la rodilla de la estatua y le dijo: ¡Habla!


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